Poesía Conversacional ( Maikel Nieves)
De vez en cuando me encuentro con un “letrado iletrado” que irrumpe en alguno de los espacios donde publico poesía para arremeter contra una obra que se apega tanto a la prosa que no la conciben dentro de su acaramelado mundo de versos.
Esa situación, en lo particular, no me perturba en lo absoluto; incluso he terminado riendo por la originalidad de los comentarios que me dirigen. Me han colgado decenas de adjetivos en defensa de una poesía desgastada y melosa extinta en el siglo XVII. Que quede claro: amo la poesía romántica, pero no dejo las puertas cerradas a un arte de versos libres como el viento que ha existido por siglos.
Desde que comencé a escribir, me resultó interesante este estilo que he ido puliendo con el tiempo, y el cual he nutrido con exponentes tan grandes como Luis Rogelio Nogueras, Mario Benedetti, Cecilia Casanova, Chales Simic, entre muchos otros que incursionaron en la poesía conversacional.
La también llamada poesía coloquial, cuenta con muchas características, entre las cuales podemos encontrar las siguientes:
En la red hay mucho sobre poesía coloquial, y los invito a que la conozcan un poco más y aprendan a amar los lugares comunes, y los detalles que aparentemente carecen de importancia, porque también en ellos hay arte. No me despido sin dejarles dos regalos. El primero es un poema de Luis Rogelio Nogueras, excelente poeta cubano y gran exponente de la poesía coloquial. El segundo, es el enlace a uno de los mejores poemas de Charles Bukowski. El video está en inglés, pero trae subtítulos en español.
Gracias por leer.
Suponga que yo estoy escondido de antemano en
el closet
y que usted (tantas cosas que tiene en la cabeza)
no lo nota.
Se acuesta,
toma las dieciséis píldoras del frasco,
hace las últimas llamadas: inútiles,
medita sobre las derrotas, las guerras, Turín (cruda en invierno).
Suponga que usted deja
las gafas en la mesita de noche
y que luego escribe algo en su cuaderno
(letra rápida, pequeña).
Ahora imagine que yo salgo.
Que impido su suicidio.
Cinco, dos, veinticuatro veces
(como en el cine).
Suponga que usted no muere
suponga que nos damos las manos
y que cometemos pequeñas historias, aventuras habladas
donde las mujeres aman desesperadamente a los poetas
y no hay estar solos, ni desastres, no trenes aplastados.
Pero no.
Yo estoy en mi cuarto y usted está en el suyo.
Yo no trato de impedir nada
y usted se toma las pastillas.
Yo dejo su libro en la mesita de noche y trato
en vano de dormirme
y viene la muerte y tiene sus ojos.
The man with the beautiful eyes (Charles Bukowski):
https://www.youtube.com/watch?v=-wgl7wb7Hqc
Esa situación, en lo particular, no me perturba en lo absoluto; incluso he terminado riendo por la originalidad de los comentarios que me dirigen. Me han colgado decenas de adjetivos en defensa de una poesía desgastada y melosa extinta en el siglo XVII. Que quede claro: amo la poesía romántica, pero no dejo las puertas cerradas a un arte de versos libres como el viento que ha existido por siglos.
Desde que comencé a escribir, me resultó interesante este estilo que he ido puliendo con el tiempo, y el cual he nutrido con exponentes tan grandes como Luis Rogelio Nogueras, Mario Benedetti, Cecilia Casanova, Chales Simic, entre muchos otros que incursionaron en la poesía conversacional.
La también llamada poesía coloquial, cuenta con muchas características, entre las cuales podemos encontrar las siguientes:
- Busca comunicar al lector experiencias, sentimientos y convicciones políticas, ideológicas y religiosas.
- Utiliza el lenguaje de la calle. A veces recurre a terminología propia de jergas técnicas o políticas.
- Uno de los fundamentos teóricos de esta poesía radica en el supuesto que las realidades cotidianas están tan cerca de nosotros que dejamos de verlas. La misión del poeta será entonces ayudarnos a distinguirlas como si fuesen una novedad que nos ha de fascinar. Una poesía coloquial se puede referir al paradero de buses, a una bicicleta, a un panadero, a una separación, es decir, a cualquier elemento de la vida cotidiana.
- Es natural que la Poesía Coloquial reciba el impacto de la vida social y política.
- La Poesía Coloquial puede adquirir muchas formas: autorreflexión, exhortación, narrativa.
En la red hay mucho sobre poesía coloquial, y los invito a que la conozcan un poco más y aprendan a amar los lugares comunes, y los detalles que aparentemente carecen de importancia, porque también en ellos hay arte. No me despido sin dejarles dos regalos. El primero es un poema de Luis Rogelio Nogueras, excelente poeta cubano y gran exponente de la poesía coloquial. El segundo, es el enlace a uno de los mejores poemas de Charles Bukowski. El video está en inglés, pero trae subtítulos en español.
Gracias por leer.
Suponga que yo estoy escondido de antemano en
el closet
y que usted (tantas cosas que tiene en la cabeza)
no lo nota.
Se acuesta,
toma las dieciséis píldoras del frasco,
hace las últimas llamadas: inútiles,
medita sobre las derrotas, las guerras, Turín (cruda en invierno).
Suponga que usted deja
las gafas en la mesita de noche
y que luego escribe algo en su cuaderno
(letra rápida, pequeña).
Ahora imagine que yo salgo.
Que impido su suicidio.
Cinco, dos, veinticuatro veces
(como en el cine).
Suponga que usted no muere
suponga que nos damos las manos
y que cometemos pequeñas historias, aventuras habladas
donde las mujeres aman desesperadamente a los poetas
y no hay estar solos, ni desastres, no trenes aplastados.
Pero no.
Yo estoy en mi cuarto y usted está en el suyo.
Yo no trato de impedir nada
y usted se toma las pastillas.
Yo dejo su libro en la mesita de noche y trato
en vano de dormirme
y viene la muerte y tiene sus ojos.
The man with the beautiful eyes (Charles Bukowski):
https://www.youtube.com/watch?v=-wgl7wb7Hqc
Eran tiempos difíciles (Maikel Nieves)
No estoy seguro de la razón, pero una de las evocaciones más
recurrentes de mi niñez es la del extranjero que se albergó en el departamento
debajo del nuestro en el año 1997 con motivo del Festival Mundial de la
Juventud y los Estudiantes. Recuerdo que esa fue una etapa especialmente
difícil para las familias cubanas en materia de alimentación; y la posibilidad
de albergar un amistoso joven europeo que trajera dinero, era muy seductora. El
gobierno, previo al festival, prometió una canasta reforzada con comida para
aquellas familias que acogieran en su seno a tan distinguidos inquilinos durante
un par de semanas.
Al parecer el gobierno no midió el peso de sus palabras y desató, de manera involuntaria, una guerra civil para ver quién se quedaba con el yumita (que era como ingenuamente llamábamos a cualquier persona que llegara a la isla por tierra o mar). El proceso para ganarse los estudiantes se tornó demasiado engorroso debido a que prácticamente todas las familias se inscribieron y, desafortunadamente, la demanda superaba con creces a la oferta. Se crearon comités que determinaban, luego de un minucioso estudio del núcleo, si el mismo era apto para albergar personas. A demás de verificar las condiciones obvias necesarias de espacio y confort, se hacían entrevistas a los miembros para saber si contaban con la cultura política para combatir el diversionismo ideológico que venía en los aviones del más allá. Los grupos de inspección se conformaron por CDR (Comités de Defensa de la Revolución), que vienen siendo el área de unas cuatro cuadras convencionales. A la cabeza de la comitiva que invadía los hogares con planillas y caras largas, siempre estaba el presidente del comité y su secretario.
Aunque mi familia se postuló, resultamos desaprobados ya que no teníamos espacio para uno más: vivíamos siete en tres habitaciones, por lo que las matemáticas no daban. Al final, y para “sorpresa” de todos, el núcleo que venció la contienda fue el de la presidenta de nuestro edificio.
Llegó el esperado día del arribo y entre todos preparamos una humilde bienvenida que se extendió hasta la mañana siguiente. Realmente no sé si aquella noche se afianzó la amistad entre los pueblos, pero estoy seguro que alimentamos la creencia de que los cubanos somos buenos bebedores.
Hacíamos fila para poder intercambiar unas pocas palabras con el nuevo inquilino de la planta baja, quien siempre se mostraba de buen ánimo para intentar entender nuestro enclenque inglés. Con respecto a la comida, en un principio sólo vimos unas cajas cerradas que llegaron y fueron entregadas en un movimiento táctico digno de película de Hollywood. Por supuesto, tan importante detalle no se podía escapar a la ingeniosa curiosidad del cubano. Armamos un grupito y buscamos una posición estratégica desde el balcón de una vecina para apostarnos y esperar la hora de la cena. Desde allí veíamos a diario los manjares que engullía la familia con singular patriotismo. Era todo un espectáculo escuchar el chasquido de las botellas de cerveza cuando brindaban por la unión de los jóvenes del mundo.
Pasaron un par de días y tomé la sabia decisión de no acudir a presenciar la comida. Era una verdadera tortura ver el lomo de cerdo humeante, los postres desconocidos, las ollas de arroz imperial con camarones, y luego darle a mi estómago arroz con unas rebanadas de tomate para que no me despertase en la madrugada ronroneando.
Gracias a aquella experiencia, constaté que incluso la comida cambia a las personas. La agradable familia que lo acogió se convirtió de la noche a la mañana en la alta burguesía del pueblo, y la hija de la presidenta quedó perdidamente enamorada del joven. En fin… el festival terminó, el muchacho se marchó para no regresar jamás, y poco a poco la familia volvió a la normalidad.
La última vez que viajé a mi tierra, la presidenta y su esposo habían fallecido y la hija sigue allí con su hermano, criando un pastor alemán flaco como un güin. Lo entrenan a diario para que en el futuro gane concursos y los saque de pobres (como ella misma argumenta). Ojalá y les vaya bien.
Al parecer el gobierno no midió el peso de sus palabras y desató, de manera involuntaria, una guerra civil para ver quién se quedaba con el yumita (que era como ingenuamente llamábamos a cualquier persona que llegara a la isla por tierra o mar). El proceso para ganarse los estudiantes se tornó demasiado engorroso debido a que prácticamente todas las familias se inscribieron y, desafortunadamente, la demanda superaba con creces a la oferta. Se crearon comités que determinaban, luego de un minucioso estudio del núcleo, si el mismo era apto para albergar personas. A demás de verificar las condiciones obvias necesarias de espacio y confort, se hacían entrevistas a los miembros para saber si contaban con la cultura política para combatir el diversionismo ideológico que venía en los aviones del más allá. Los grupos de inspección se conformaron por CDR (Comités de Defensa de la Revolución), que vienen siendo el área de unas cuatro cuadras convencionales. A la cabeza de la comitiva que invadía los hogares con planillas y caras largas, siempre estaba el presidente del comité y su secretario.
Aunque mi familia se postuló, resultamos desaprobados ya que no teníamos espacio para uno más: vivíamos siete en tres habitaciones, por lo que las matemáticas no daban. Al final, y para “sorpresa” de todos, el núcleo que venció la contienda fue el de la presidenta de nuestro edificio.
Llegó el esperado día del arribo y entre todos preparamos una humilde bienvenida que se extendió hasta la mañana siguiente. Realmente no sé si aquella noche se afianzó la amistad entre los pueblos, pero estoy seguro que alimentamos la creencia de que los cubanos somos buenos bebedores.
Hacíamos fila para poder intercambiar unas pocas palabras con el nuevo inquilino de la planta baja, quien siempre se mostraba de buen ánimo para intentar entender nuestro enclenque inglés. Con respecto a la comida, en un principio sólo vimos unas cajas cerradas que llegaron y fueron entregadas en un movimiento táctico digno de película de Hollywood. Por supuesto, tan importante detalle no se podía escapar a la ingeniosa curiosidad del cubano. Armamos un grupito y buscamos una posición estratégica desde el balcón de una vecina para apostarnos y esperar la hora de la cena. Desde allí veíamos a diario los manjares que engullía la familia con singular patriotismo. Era todo un espectáculo escuchar el chasquido de las botellas de cerveza cuando brindaban por la unión de los jóvenes del mundo.
Pasaron un par de días y tomé la sabia decisión de no acudir a presenciar la comida. Era una verdadera tortura ver el lomo de cerdo humeante, los postres desconocidos, las ollas de arroz imperial con camarones, y luego darle a mi estómago arroz con unas rebanadas de tomate para que no me despertase en la madrugada ronroneando.
Gracias a aquella experiencia, constaté que incluso la comida cambia a las personas. La agradable familia que lo acogió se convirtió de la noche a la mañana en la alta burguesía del pueblo, y la hija de la presidenta quedó perdidamente enamorada del joven. En fin… el festival terminó, el muchacho se marchó para no regresar jamás, y poco a poco la familia volvió a la normalidad.
La última vez que viajé a mi tierra, la presidenta y su esposo habían fallecido y la hija sigue allí con su hermano, criando un pastor alemán flaco como un güin. Lo entrenan a diario para que en el futuro gane concursos y los saque de pobres (como ella misma argumenta). Ojalá y les vaya bien.
En una dimensión, paralela a la nuestra, puedo ver grotescas ánimas devorando lentamente las extremidades de nuestros amputados.
Bicicleta china
Llegó la década del 90 en Cuba y nada volvió a ser como antes. Recuerdo que de un día para otro comenzó a disminuir drásticamente la variedad de productos en el mercado. La gente se la pasaba cuchicheando en las calles acerca del derrumbe de un tal campo socialista que nos afectaría a todos.
Lo triste es que tenían la boca llena de razón. Con apenas siete años, no podía entender cómo el derrumbe de un “muro” podía hacer desaparecer los juguetes de las tiendas o cerrar aquella heladería donde te regalaban una bola de vainilla cuando salías del dentista con una pieza menos.
La comida comenzó a escasear, por lo que le dieron a todos los núcleos familiares, una especie de libreta de notas con la que nos teníamos que presentar una vez al mes en un establecimiento semidesierto y de un aspecto tan triste como el de nosotros, para recibir una ridícula porción de granos que apenas alcanzaba para alimentarnos unos días. Los carros dejaron de circular debido a la falta de combustible, por lo que teníamos que ir a todos los lugares “a pie”; y mi humilde tierra comenzó a ser conocida como la isla de las colas: hacíamos colas para comprar comida, subir en los escasos transportes públicos, recibir atención médica, y hasta para ir al baño en nuestros propios hogares gracias a que se frenó la construcción de viviendas por falta de materiales de construcción y con ella el sueño de “quien se casa, casa quiere”.
No todo fue dolor y lágrimas en el muy conocido período especial. Con el fin del subsidio soviético, el combustible comenzó a escasear y lo poco que quedó se destinó exclusivamente a producir energía en las centrales termoeléctricas. Fue cuando a Fidel Castro se le ocurrió la ”brillante” idea de combatir la crisis energética y de transporte público comprando cientos de miles de bicicletas. Se decidió por las de los camaradas chinos debido a que las suyas, aunque pesaban mucho más, gozaban de la fama de ser eternas.
Pues nada, aquellos flamantes ciclos de colores vivos inundaron nuestras calles de un día para otro. Todos querían una nueva bicicleta, hasta al menos atlético se le veía sudando la gota gorda sobre uno de aquellos caballos de hierro. La economía local se activó gracias a las nuevas posibilidades de negocios que se abrieron (poncheras, parqueos de bicicletas, y tiendas donde se les hacían todo tipo de modificaciones) y comenzaron a germinar modestos negocios gastronómicos para combatir el déficit calórico que nos regalaban nuestras nuevas mejores amigas.
Existían varias maneras de obtenerlas: las entregaban en los centros de trabajo, por zonas geográficas, por la libreta de abastecimientos, como regalos en concursos; existían millones de excusas para que te ganaras una. En mi casa logramos acumular cuatro siendo nosotros cinco.
Por desgracia, nuestro sueño dorado se fue marchitando a la par de la falta de piezas de repuesto. Pasaron los años y no volvimos a ver a lo técnicos chinos armando nuestros medios de transporte en plena calle, y aquellos matices llamativos se fueron extinguiendo poco a poco. Hoy sólo quedan algunas que poco recuerdan de sus años mozos; no obstante, es imposible recordarle a un compatriota las bicicletas chinas sin que le provoquemos una sonrisa con un toque de nostalgia.
Lo triste es que tenían la boca llena de razón. Con apenas siete años, no podía entender cómo el derrumbe de un “muro” podía hacer desaparecer los juguetes de las tiendas o cerrar aquella heladería donde te regalaban una bola de vainilla cuando salías del dentista con una pieza menos.
La comida comenzó a escasear, por lo que le dieron a todos los núcleos familiares, una especie de libreta de notas con la que nos teníamos que presentar una vez al mes en un establecimiento semidesierto y de un aspecto tan triste como el de nosotros, para recibir una ridícula porción de granos que apenas alcanzaba para alimentarnos unos días. Los carros dejaron de circular debido a la falta de combustible, por lo que teníamos que ir a todos los lugares “a pie”; y mi humilde tierra comenzó a ser conocida como la isla de las colas: hacíamos colas para comprar comida, subir en los escasos transportes públicos, recibir atención médica, y hasta para ir al baño en nuestros propios hogares gracias a que se frenó la construcción de viviendas por falta de materiales de construcción y con ella el sueño de “quien se casa, casa quiere”.
No todo fue dolor y lágrimas en el muy conocido período especial. Con el fin del subsidio soviético, el combustible comenzó a escasear y lo poco que quedó se destinó exclusivamente a producir energía en las centrales termoeléctricas. Fue cuando a Fidel Castro se le ocurrió la ”brillante” idea de combatir la crisis energética y de transporte público comprando cientos de miles de bicicletas. Se decidió por las de los camaradas chinos debido a que las suyas, aunque pesaban mucho más, gozaban de la fama de ser eternas.
Pues nada, aquellos flamantes ciclos de colores vivos inundaron nuestras calles de un día para otro. Todos querían una nueva bicicleta, hasta al menos atlético se le veía sudando la gota gorda sobre uno de aquellos caballos de hierro. La economía local se activó gracias a las nuevas posibilidades de negocios que se abrieron (poncheras, parqueos de bicicletas, y tiendas donde se les hacían todo tipo de modificaciones) y comenzaron a germinar modestos negocios gastronómicos para combatir el déficit calórico que nos regalaban nuestras nuevas mejores amigas.
Existían varias maneras de obtenerlas: las entregaban en los centros de trabajo, por zonas geográficas, por la libreta de abastecimientos, como regalos en concursos; existían millones de excusas para que te ganaras una. En mi casa logramos acumular cuatro siendo nosotros cinco.
Por desgracia, nuestro sueño dorado se fue marchitando a la par de la falta de piezas de repuesto. Pasaron los años y no volvimos a ver a lo técnicos chinos armando nuestros medios de transporte en plena calle, y aquellos matices llamativos se fueron extinguiendo poco a poco. Hoy sólo quedan algunas que poco recuerdan de sus años mozos; no obstante, es imposible recordarle a un compatriota las bicicletas chinas sin que le provoquemos una sonrisa con un toque de nostalgia.
En Pocas palabras.
Las cosas de la vida que me gustan ¡Realmente me gustan! Puedo permanecer horas escuchado al mismo cantante (si es de mi favoritos) sin aburrirme. Puedo leer por horas la poesía que cultiva mi ser, la prosa que me absorbe. De allí que sea una persona un tanto terca y directa; como decimos en Cuba: “por aquí que es más derecho”.
Me debo a dos personas en la vida, de casualidad ambas mujeres: Mi madre, y mi pareja, quienes sacan lo mejor de mí día tras día. Amo la buena comida, la charla amena, el aroma del tabaco, y el buen ron. Admiro a quien calla y se reserva sus opiniones inoportunas, a quien prefiere escuchar antes que hablar, a quien es necio hasta las trancas.
Lo que necesito es tiempo. Tiempo para madurar mis sueños y arrastrarlos a este medio absurdo ahora que llamamos “realidad“. Tiempo para invertirlo en las personas que amo. Tiempo para leer, escribir, y observar a mis gatos. En fin… necesito tiempo. Por suerte, bajo la excusa de mi blog “En pocas palabras” puedo cortar estas divagaciones en este momento. Que tengan un feliz fin de semana
Maikel Nieves Cruz
Me debo a dos personas en la vida, de casualidad ambas mujeres: Mi madre, y mi pareja, quienes sacan lo mejor de mí día tras día. Amo la buena comida, la charla amena, el aroma del tabaco, y el buen ron. Admiro a quien calla y se reserva sus opiniones inoportunas, a quien prefiere escuchar antes que hablar, a quien es necio hasta las trancas.
Lo que necesito es tiempo. Tiempo para madurar mis sueños y arrastrarlos a este medio absurdo ahora que llamamos “realidad“. Tiempo para invertirlo en las personas que amo. Tiempo para leer, escribir, y observar a mis gatos. En fin… necesito tiempo. Por suerte, bajo la excusa de mi blog “En pocas palabras” puedo cortar estas divagaciones en este momento. Que tengan un feliz fin de semana
Maikel Nieves Cruz
Misa Dominical
Entró en la sala arrastrando las chancletas con una taza de café caliente entre las manos. Tomó el control remoto y encendió la televisión, un canal local trasmitía la misa dominical en el Vaticano. Escuchó al Papa por unos segundos. Su respiración comenzó a agitarse, no podía creer lo que escuchaba. Corrió hacia el librero dejando caer la bebida sobre la alfombra. Luego de tirar decenas de libros al suelo, encontró un empolvado diccionario. ¿Cómo era posible que pudiese entender perfectamente el italiano?
Maikel Nieves Cruz
Maikel Nieves Cruz
Rutina
Estar parado todas las mañanas frente al espejo del baño arrancándose aquellas escamas grotescas con una pinza de cejas no era su parte favorita de la rutina diaria. Hoy era uno de esos días en que la tarea parecía interminable. Un par de semanas atrás habían comenzado a expandírseles del hombro al brazo. Por alguna razón, al terminar, su piel siempre le recordaba a una vieja fotografía de la superficie del planeta Marte. Miró el reloj mientras abotonaba su camisa.
¿Qué excusa le inventaré a mi jefe por llegar tarde? – pensó al salir de casa.
Maikel Nieves Cruz
¿Qué excusa le inventaré a mi jefe por llegar tarde? – pensó al salir de casa.
Maikel Nieves Cruz